C desnuda - Ensayo Sadeano II - Especiales



Queridos amigos, bienvenidos a la segunda parte del Ensayo Sadeano escrito por la querida @Hermanita_ lo pueden encontrar completo en Ensayo Sadeano, en esta ocasion nuestra complice lectora es mi adorada @Dra_Kleine


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II
Cuando más grande sea la soberanía del querer, más sabrá ésta conceder libertad a las pasiones. La grandeza del “gran hombre” reside en su avidez y más aún en el poder, todavía más grande, que tiene de poner a su servicio estos monstruos espléndidos.



Pierre Klossowski, Nietzsche y el círculo vicioso.


Para llegar a esta monstruosidad integral del cuerpo sadeano, se requiere cumplir ciertas condiciones, pues, para transgredir ciertos límites, hay que pensarlo excesiva, morbosa, reiterada, obsesivamente. Contra eso mismo: contra el exceso, el morbo y la obsesión. Hay que reflexionarlo. Es un trabajo crítico que requiere de toda la capacidad de voluntad o querer del sujeto, para así poder prestarse a relaciones y pensamientos que no son los usuales y así mismo poder ingresar de verdad en la cuestión. Esa monstruosidad que diviniza a las personas que la realizan o vuelven posible. Una situación sagrada legítimamente posible ahora, dentro del cuadro democrático mundial.



Me interesa la obra de Pierre Klossowski porque es un autor que incluye en sus reflexiones sadeanas la parte femenina. No la excluye. Para él, la parte femenina pone un ingrediente que la masculina no tiene, uno más trascendental, un plusvalor. Es decir, la mujer no es un varón incompleto, efectivamente castrado, degradado, tampoco es una ilusión teológica, sin precio, luego entonces des(a)preciada, vuelta inaccesible y distante diosa o conceptual eterno femenino. En los textos de Klossowski la mujer representa un valor que desconstruye la metafísica occidental, el valor feminista de Roberte como moneda viviente.



Un cuerpo que en el acto contra-natura hace ingresar en el orden simbólico un goce imposible, la anti-materia fálica. El Des-Orden. Un goce efectivamente compartido, comunicante. Que deshace el cautiverio insular en el orgasmo masculino.



La parte femenina pone el cuerpo que hace más evidente la transgresión sodomita, la renuncia voluntaria a la procreación, pues simula ser un cuerpo masculino, un cuerpo que no se ve afectado en ningún sentido por relacionarse sexualmente con varones, cuando, en realidad, es, hablando en el campo discursivo de la generación de la especie, un cuerpo que sí es afectado por estar así relacionado con un varón, y que, entonces, una, para no verse afectada negativamente por ello, simula ser todavía y además un varón en y para sí, pues lo que una hace así, lo hace por la estrecha y seca vía sodomita, por donde no hay generación y sólo existe la noción de goce, una intensidad por encima del placer. Un sublime artificio. Donde en realidad no hay diferencia sexual clara. Relación más estéril y monstruosa no existe para el orden simbólico falogocéntrico. Pues se supone que la vía anal es, en los varones, lo que suple, por necesidad, la vía uterina de que carecen, la vía propia de las mujeres, y por eso mismo se considera doblemente perverso que un cuerpo femenino se entregue voluntariamente, es decir, por su soberano querer, a prácticas de este tipo, ya que así, al no ser ni mujer ni varón, puede llegar a deshacer, si lo piensa, el sentido carcelario-policiaco de la relación sexual, transformándolo en un acontecimiento efectivamente sobrenatural, especialmente para su conciencia directa, personal.



Es una situación que desvirtúa el sueño de amor masculino. Donde la unión perversa y perfecta a la vez es entre el hijo-varón y la madre-mujer. Una unión donde lo único imposible es el goce, esa comunicación erótica de conciencias diferentes de verdad.



Para que un cuerpo femenino se entregue conscientemente a la práctica de esta transgresión perversa, debe tener plena soberanía en el querer, para así poder dar plena libertad a las pasiones, es decir, para comunicarse con lo incontrolable, lo siniestro, lo que cuestiona en esencia al fetiche… Lo pasivo que conmueve. Un doblez de Moebio.



Un querer limitado, únicamente otorga una libertad limitada a las pasiones; mientras que un querer ilimitado les entrega una libertad ilimitada a las pasiones. Un querer ilimitado es la soberanía del querer. Es decir, constituye la plena libertad democrática, la realidad concreta del sujeto libre efectivamente posible. Hic et nunc. No poner freno a las pasiones es crear monstruos espléndidos, libertad que se goza libre. Contra el querer limitado por la procreación biológica, ocurre el querer ilimitado de ese goce permitido, fabricado, que no tiene más fin que la intensidad sensible de tal posibilidad.



El cuerpo sadeano femenino es, en resumidas cuentas, un monstruo espléndido, por la avidez que pone en el reconocimiento de la transgresión a la que conscientemente se entrega. Su gesto soberano. No únicamente goza con la destrucción del orden establecido a la fuerza, sino que además hace que esa destrucción se transforme en su contrario sublime, la construcción de un goce superior a lo humano, un legítimo goce sobrenatural, que no ocurre por sustitución o en forma vicaria, sino que lo hace de por sí y para sí, como la actualización de la presencia, puro goce extremo, sobrehumano, divino – en términos, insisto con Klossowski: radicalmente ateos, vacíos por completo de la ilusión teológica.



El cuerpo sadeano femenino es ilimitado en exceso. Luego entonces: es el cuerpo de un sujeto extremada y excesivamente libertino. De allí el giro siniestro de la situación donde el masculino pasivo se piensa mujer por completo, y más aún cuando ello ocurre en el activo. Todo trasciende la norma reproductiva. Procrea conocimiento, conceptos. Sobre lo sensual.



Un exceso, como mencioné anteriormente, que se inicia con un pensar que elabora fantasías para actuar después, para gozar ya con ese trabajo, que le permite programarse goces aún mayores, plusvaluados, cuando ponga en práctica el programa libertino que ya elabora con gozo; un exceso en el pensar. Para atentar, razonable y razonadamente, contra la ley, a veces es necesario pensarlo en exceso, diré aquí una vez más; para poner en acción una conducta que se vuelca en el exceso, es decir, en no poner freno a las pasiones, en querer siempre un querer ilimitado, a fin de convertirse, entonces sí, en un monstruo espléndido, porque comunica su monstruosidad, la sublima, al ser conscientes de que, probablemente, para llegar a la armonía integral sea necesario el reconocimiento de la necesidad real de ejercer en forma libre, democrática, posible en extremo, nuestra perversa polimorfía. Saber querer con todo y ser con todo, para estar en todo con todo. Experiencia interior de la experiencia exterior, gozo comunicándose, comunicándonos…



Nuestra permanente necesidad de excesos sobrenaturales.



La soberanía del querer habría que pensarla ahora como ese querer Ser-Soberano de que Descartes habla en sus Meditaciones, cuando hace referencia a un Ser-Soberano (Dios) que produce al ser y el no-ser, un ser que igual es el ser y el no-ser perfecto (no Ser-Soberano), por carecer de algo que en realidad lo haga Ser-Soberano para crear al Ser de otra manera y no dejarse perder de nuevo en la nada o no-ser.



Ser-Soberano de sus pasiones no significa gobernar las pasiones, ni mandar sobre ellas, ni reprimirlas, ni tiranizarlas, ni dominarlas, ni ignorarlas, ni olvidarlas, ni nada de eso. Ser-Soberano de sus pasiones significa dejarlas fluir, significa dejar que ocurran según el propio querer, es decir, programadas por la voluntad de poder de la persona que las practica auto-concienciadas, doblemente pensadas cuando menos, reflexionadas… Al dejarse ir sin freno ni control por lo en verdad sin freno ni control que no es instinto, hasta ese fondo abismal de los otros y las pasiones… hasta el ejercicio democrático posible de nuestra libido perverso-polimorfa. Goce en esencia gratuito del goce gratuito mismo, repetición que no repite, libera. Lo imposible, diría Bataille. Esa gratuidad que en realidad sea gratuita.


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Compartido Pieladentro por Claudia Contreras

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